El correr de la rutina

Cuando se abren las cortinas podemos ver lo hermoso del atardecer, cuando se abren los ojos volvemos a comenzar en la carrera del vivir.

Mirar el techo, soltarse lentamente de las sábanas y extender los brazos renunciando al sueño que nos aisla por un momento de la tormentosa realidad, no es sólo recuperar fuerzas al cuerpo fatigado, es buscar quietud al agitado corazón.

Levantarse en pos de la fría y apática rutina, buscando con que arroparse, cubrirse para no ser destruido, sabiendo que no se puede renunciar al sistema que da pero esclaviza a la vez. 

Lavarse la cara, mejorar el rostro, peinarse para presentarse con una sonrisa inexistente, impuesta para ser recibido en el mundo de la actuación, el actor de reparto hace ingreso al montaje social de ser quien no quieres ser. 

Sentarse para elaborar un producto, ejercer en espacios reducidos, limitado de pensar, hacer y tan sólo hacerlo es la rima que dicta el ejercer lo determinado en la sociedad del operar y ahi quedar. 

Vida mecanizada, donde estudiar lo haces para ser alguien, motivación de hacerlo para alcanzar sueños materiales, tener casa propia, un buen automóvil, vestir de tal o cual forma. 

Progresar en la escala social, causando admiración fútil de aquellos que validan a las personas por lo conseguido en la escala de valores de una sociedad materialista. 

Evidenciarlo en las paredes virtuales causa placer, autocontemplarse y gritar a otros lo que eres es la autosatifacción del adulador de las sombras. 

Estudiar sin aprender, hacerlo porque es obligación no tiene sentido, no hay virtud en aquello que nace de la presión,  que al mismo tiempo carece de afecto, sin alegría lo hacemos y olvidamos sazonar la configuración de los actos. 

Eres alguien por lo que lo otros creen que eres o eres aquello que complace a los espectadores que sin vista aplauden lo que no logran entender. ¿Quién quieres ser? o ¿por qué quieres serlo? Hay certeza en aquello que sólo tiene sentido en el país de las maravillas, donde los conejos hablan y puedes volar en la ficción del soñador. 

Volver de la jornada, esperar en el trayecto, ver los mismos espacios que destiñen lo hermoso del crepúsculo, donde el cuerpo cansado sólo anhela lanzarse a los brazos del sillón, un encuentro con la felicidad, ese pequeño momento no tiene igual en la rutina del desgaste, donde, finalmente, todo va perdiendo su valor. 

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