La Ingratitud
Se esfuma con el correr del día, tal como la bruma costera desaparece con el avance de la mañana al medio día.
Como las nubes que siguen su curso, ellas no conocen de un lugar estable, por tanto seguirán el inestable camino de las variaciones.
Desconocer lo conocido, negar lo recibido es despreciar las caricias recibidas de la noble bondad.
¿Cuánto dura la luz de una vela encendida?
¿Cuál es la duración del alba?
¿Qué permanencia tiene un eclipse?
¿Quién podría esperar la fijación de un dibujo en las dunas? Volver después de un par de horas, se encontrará lo que en algún momento se trazo.
Lo insustancial de los ingratos, es similar a la nutrición recibida después de comer un paquete con cabritas y un vaso de bebida artificial.
Los colorantes se diluyen, no existe la intención de la trascendencia en ellos.
Invalidar el bien, desechar las oportunidades, esconder los actos de la misericordia, invisibilizar las manos que entregan el bienestar de los menesterosos.
Tapar la luz que nos ilumina, minimizar las grandezas del bondadoso que hace ejercicios de la piedad, entregando vida a los que moribundos claman por una gota de sentido en sus miserables existencias.
Desconocer los goces de la benignidad, cerrar las manos para no acoger tiernamente la dulzura del maná enviado.
Insatisfacción constante es la que fluye en los pensamientos del que no aprecia lo realmente valioso.
¿Cuándo será realmente suficiente? De qué forma la sed de un codicioso se sacia, ¿cómo se cubre el hambre del glotón?
Tener y no darse cuenta de lo que se posee, estar siempre mirando el plato del otro es una señal de varios vicios, tal vez un poco de envidia o quizás una píncela de insatisfacción en el alimento recibido.
Sin gratitud y ¿esto es todo?
Saber agradecer es una virtud de los amanecidos, de aquellos que validan los esfuerzos y sacrificios que sustentan los recursos proporcionados.
No es un océano, pero es un vaso con agua.
No es una mansión, pero es un lugar que puedo formar un hogar.
No es un banquete, pero es suficiente para gozar de los sabores de los alimentos.
No son cien pares, pero uno es mejor que ninguno.
Se tiene cuando vemos la belleza de una flor silvestre que tal vez mañana no estará, pero ahí estaba hermoseando la vista de un pobre mortal.
Gratificación en el alma, satisfacción en los momentos, reconocimiento de las sonrisas obtenidas.
Gratitud cada vez que volvió a salir el Sol, al abrir nuevamente los ojos y ver a quien se ama.
Pero la ingratitud no tiene virtud en ella, no ve los colores, no logra apreciar la hermosura del arcoíris.
Donde los sentidos no ejercen el disfrute de las texturas, aromas, sonidos, gustos, formas y de los pigmentos que forman los admirados tonos del atardecer otoñal.
Invalidar, desconocer y despreciar son sus principales acciones.
Y entonces ¿qué?, ¡eso fue todo!
Ingratitud, amargura que destiñe los pétalos primaverales.
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