Agradecer
Mirar el cielo, detenerse en aquellos detalles que son dignos de observar y degustar en los escasos momentos de gratitud que rozamos en el mundo de las inconformidades.
Esa detención que refleja contentamiento, que valoriza las manos que nos sostienen, las palabras que nos alientan, el amor que sacia de quietud el alma, para aprender la razón que entiende el sentido más profundo de dar las gracias, recordando cada latido, suspiro, respiro y lágrimas brotadas.
Bienes recibidos, no pueden ser nublados por la tragedia de convivir en las insatisfacciones. Inolvidables aromas del tan deseado perdón, entregarlo y recibirlo es una virtud admirable.
Abrir los ojos cada amanecer y ver en el nuevo día una ocasión para amar. Es acaso una causa suficiente para elevar una oda al magnánimo hacedor de ellas.
Pantanos que hunden a muchos, ahogando las sonrisas que provienen de los destellos provocados por la luz de la gracia, sin ella no hay causas para agradecer las dichas disfrutadas.
Saber apreciar y reconocer lo valioso de los instantes que valen absolutamente el reconocimiento, limpiarlos y coleccionarlos en la frágil e ingrata galería de los recuerdos.
Desempolvar los ayeres, que satisfacción es mirarlos con fijación, atendiendo sus sabores, nutrición del sujeto que se formó en ellos.
Olvidarse por un par de segundos de las asfixiantes aspiraciones de pensar en lo que deseamos alcanzar en el horizonte del mañana, olvidándose de lo resplandeciente del momento, erguiros de contemplación, pero ajenos a toda inhalación del tan desastroso orgullo, tanto mal en el, aborrecibles son sus despiadados pasos que marcaron las memorias de los individuos.
Sonreír por las gratitudes que emergen en esos mismísimos segundos de satisfacción y dichas recibidas, cuan bien nos hace, nutrirse del polen de la benevolencia, es fortalecer la paz del que disfruta la mas sublime de las virtudes.
Acogerse al soplido del viento y viajar en el efímero viaje de las nubes, buscando en ellas las formas que calcen con los recuerdos bien valorados, como aquellos tesoros que son guardados con mucha valoración por la gran importancia que en ellos conviven, apreciarlos como diamantes impagables, aunque no se pueden comparar con aquellos lujosos objetos que no valen mas que la propia codicia que emergen en las superficialidades de los insaciables apreciadores de los metales desgastados, despreciando el incalculable precio de los aromas y texturas del amor.
Sin querer arrancarse la memoria, sin buscar sacar las hojas de la historia, ni extraer con desprecio los fundamentos del ayer.
Recordar para navegar en las quietas aguas del reconocimiento, vale la pena aprender a flotar en ellas y dejarse llevar por su armoniosas corrientes, donde ellas hidratarán las pieles desgastadas en los recorridos antaños de la vida.
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