Salientes

 

Salir sin querer hacerlo, obligarse a dejar el suelo de los sueños y comenzar una travesía que puede ser una perfecta tormenta. Nadie sabrá si algún día volverá.

Comenzar un peregrinaje sin conocer la próxima parada, ¿quién sabe dónde se terminará? Los pasos van de aquí para allá con lo puesto y un poco de utopía en las maletas del triste migrante.

Todos somos peregrinos; nacemos y recorremos un complejo viaje llamado vida. Transitamos largos tramos de existencia, conocemos a cientos o miles de personas, pero en realidad solo reconocemos a unos pocos entre tantos caminantes de las travesías cursadas. Nos movilizamos continuamente en búsqueda de la felicidad prometida.

Desarraigados de las raíces que afirman nuestros anhelos, las amarras se sueltan para emprender nuevos caminos en el cambiante clima de la existencia.

Caminar de un lugar a otro, dejando atrás los espacios que nos abrazaron y nos hicieron pensar que ahí daríamos nuestros últimos suspiros. Nada hay seguro; no tenemos una confianza interminable, todo se puede derrumbar. De un momento a otro tendremos que trasladarnos de nuestros cojines y correr al resguardo de los peligros que nos acechan.

No es un paseo, tampoco se podría reducir a vagos que buscan un viaje cinco estrellas en los peligros de los caminos desconocidos; es una búsqueda desesperada por marchar en busca de la paz diluida.

El estómago hace eco en los hambrientos peregrinos, recordándoles que no salieron en pos de las vacaciones soñadas; que la necesidad de alimentar sus esperanzas requiere de un trozo de pan, un vaso con agua y un abrazo que acoja al que huye de las tierras sufrientes.

Cambiar de barrio, irse a otra ciudad, viajar por trabajo o estudios. Todo esto es parte de nuestras realidades; no nos encontramos en un estado estático, sino en un constante dinamismo que fluye con el correr de la vida.

Gran parte de los que forman parte del paisaje de los lugares, algún día fueron colonos de las circunstancias. Hoy conviven con las especies nativas de la zona; son parte de la tierra, raigón profundo que afirma las interacciones de sus personas y las culturas ya existentes. Valorar lo valioso, reconocer lo hermoso, apreciar los encuentros, convivir en el respeto.

Ingredientes extraños que se vuelven cercanos; llámelos familiares, propios de las comidas que reúnen a la familia. Distancias que acercan, momentos que abrazan fuerte las fuentes de los reencuentros.

En sus corazones resguardan las esperanzas de que algún día podrán volver a la tierra que los vio crecer y volverán a correr por sus hermosas praderas.

Mirarán desde lejos su tierra, suspirarán sostenidos en las nostálgicas noches de los recuerdos y entonces, al pasar una estrella fugaz, pedirán un deseo: “Volver a sus orígenes, reencontrarse con los suyos, los aromas, olores, sabores y amores”.

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