Volar una vez más
Muchas veces insistimos en quedarnos en lugares a los cuales no pertenecemos.
Seguir la marcha como las aves migratorias, que solo toman pausas para proseguir con la gran misión de sus vidas.
Continuar con la necesidad de crecer, de mantenerse en el destino trazado, no se puede obligar a las nubes que se detengan.
De la misma forma que una ola no hace pausas, no es posible retroceder las danzas del tiempo.
Las emociones nos paralizan, nos satisfacen de miedos y los traumas nos estancan en las parálisis de no saber que hacer.
Quedarse en las dependencias, hace que las alas pierdan una a una sus hermosas plumas, el plumaje se destiñe con tanto dolor experimentado.
Un par de caídas no significan que no volveremos a volar.
Pero cuando nos damos cuenta de que las vías para comenzar con el viaje se encuentran absolutamente expeditas, no debemos volver nuestras miradas atrás, puede ser que no podamos seguir con la odisea que fuimos llamados a seguir.
Vamos que nada nos detenga, si ya no están con nosotros es porque ellos mismos debían continuar con sus propios anhelos, los caminos se separan y ello es parte irrenunciable de la vida.
Levantar la cabeza y mirar al horizonte con gratitud, suspirar y volver marchar en pos de los sueños que juntos trazamos.
Más unidos que nunca, nuestras manos se aferran con una fuerza que el mundo nunca podrá derribar.
Surcar con un tímido revoloteo que lentamente nos permitirá planear y sin darnos cuentas en las alturas podremos observar todos los recorridos que recorrimos para poder llegar al lugar de nuestro embarque definitivo.
Las dudas se disipan como el cielo nos deja ver todo su esplendor cuando sale al alba la radiante luz del sol.
La noche se viste de belleza al enseñarnos sus astros, perfecta conjugación de situaciones que nos permiten elevarnos por sobre las dificultades de la humanidad y por tan solo un momento dejarnos abrazar por la majestuosidad de su amor.
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