Reconocimiento
Reconocer es reconocerse, mirarse y concluir que tenemos permiso de cuestionarnos; es un regalo divino que debemos utilizar con alegría.
Es una mala decisión revisarse, hay algo malo en analizar nuestras acciones.
Será la pieza fundamental para el crecimiento.
Silenciarse para observar con lentitud, avanzar, pausar y retroceder con la intención de encontrar el origen, ver las causas y considerar la importancia de las consecuencias.
Cómo proseguir por la vida si la conciencia nos alerta, nos asiste en el proceso de revisión.
Privarse de aquel beneficio es cerrarle los brazos a la bondad del supremo Dios, es dejarle pasar de lado y rechazarle.
Preguntarse y esforzarse por dar con las respuestas necesarias que puedan calmar la ansiedad de saber si los procesos se llevaron en el correcto entendimiento.
Por qué juzgar a quien se analiza, es naturalmente incorrecto paralizar las faenas del diario vivir, tomarse un descanso, no para dormir, sino con la intención de responder al ¿qué estoy haciendo? o ¿qué hice?
Llegamos acá después de un largo viaje, embarcados en pos de grandes gestas, los relatos se vuelven épicos, serán las narrativas que nos harán mirar al pasado con orgullo, pensando que todo lo vivido fue extraordinario. Buscaremos razones que sostengan nuestras razones con el fin de dormir en paz.
Siempre tendremos justificaciones o trataremos de forzar los momentos para que calcen perfectamente en nuestras intenciones, mirar hacia atrás no es siempre conveniente, porque el eco del ayer nos persigue en la ficción del presente.
Limpiar la escena, ocultar las evidencias, aprenderse el relato de memoria, disimular los nervios, fingir victimización es la gran actuación del que quiere esconder la participación en la gestación y ejecución de los hechos.
Arrancar todo recuerdo, tapar toda grieta, borrar las grabaciones, toda evidencia es horriblemente peligrosa, no debemos cuestionarnos. Tranquilo es el autoconvencimiento del que teme al veredicto extraído de la revisión.
Cerrar casos, olvidarlo es la llave que nos permitirá disfrutar de una supuesta quietud, reposar del agobiante persecutor. Nos cuesta aceptarlo, se requiere de humildad, honestidad y valentía para elaborar la correcta confesión. No hay precio que pueda silenciar el apremiante acto de pedir perdón, pagar o reparar el mal ejecutado.
Es la conciencia, no pido que sea la nuestra, no estoy obligando a que convierta en convocatoria y que muchos asistan al tribunal con nosotros. No importa la publicidad, hacer daño o seguir maltratando a otros no es la intención, no lo será.
No se puede esconder de la luz que alumbra nuestras mentes y que lleva al arrepentimiento. Su amor y justicia nos acompañará en cada paso dado para ingresar a la sala del perdón, llorar no de orgullo, gemir por la tristeza que provoca la vergüenza del impulso no pensado.
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