Ciudad Abandonada

Dejar el hogar no es fácil, el corazón se resiste a dejarlo, los pensamientos se aferran en los momentos compartidos.

Sentirse en el aire sin poder afirmar los pies es una pésima experiencia, tal vez es una sensación que refleja una realidad, caminar sin sentir el camino, despertar sin poder hacerlo es agobiante, la desesperanza abraza a la desesperación que asfixia el alma angustiada que grita sin poder ser escuchada.
 
Subir la pendiente y detenerse ahí, voltear la cabeza para fijar la mirada en el lugar que se niega al abandono, no hay más, la decisión fue tomada o forjada en las tormentosas noches del silencio. 

Conversar lo complicado que es salir del nido que abrigaba los sueños del mañana, no se trata de colocarse un sombrero y luego cambiarlo, no funciona de esa forma, un hogar no equivale a casa. 

Una estructura jamás reemplazará los abrazos de los afectos, sentirlos o expresarlos de forma diferente también es vivirlo con gratitud.
 
Paso tras paso los minutos van pasando con la luz del día, volverse para soltar lo que cuesta tanto hacerlo, girar la cabeza con un cuello que se resiste, buscando seguir el trazo y emprender el vuelo migratorio es su disposición. 

Ciudad dejada, mente fijada que conmemora cada momento que ha pesar de las tristezas también se fusiona con instancias que por siempre estarán en los muros de los recuerdos. 

Tomados de las manos emprenderán el peregrinaje, nuevas experiencias que forjaran sus encuentros y desencuentros que harán del vaivén de la vida una plácida reunión de sus corazones que unidos se alinearon por una vocación divina y en pos de ella seguirán pletóricos de amor. 

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