El reconocimiento

Ser conocidos y reconocidos por lo que hicimos, hacemos o haremos.


Dejar un legado que inspire o tal vez un desagrado que haga sacar violentamente las hojas de los recuerdos.


¿Qué recordarán de nuestro caminar?


Desplegarse para impresionar no será una noble decisión.


No siempre hay nobleza en la realización de la piedad, ¿qué hay de ese altruismo?


Buscar impresionar al que nos observa, dejar impávido al que nos rodea ¿qué sentido tiene?


¿Dónde están enfocadas las motivaciones? Buscar admiración para rociar el campo del orgullo o hacer el bien para honrar la fuente de el.


Cual faisán que exhibe su exuberante belleza o como el pavo real que impone sus majestuosos colores impresionando al más indiferente de los mortales.  Es imposible ser insensible a tan distinguido momento, de qué forma lo explica la estética, contemplar, admirar el accionar de aquello que por esencia lo es, sin presumir, tan sólo dejarse ser por lo que es.


Como zascandil que nada obtiene ni fruto tiene su hacer, es la marcha de los que respiran sin saber porque hacerlo.


La vida tiene razones del ser, no hay despropósito en ello.


Para tratar de emular las conductas de las aves tendríamos que dejar las arrogancias, querer hacerlo es comenzar con desplumarse de todo lo que el humano es, altivez principal elemento, humildad requisito extinguido.


Cuando el ocaso hace presente su grandeza no lo hace en medio de ruidos que convoquen la atención en su momento, cuan diferente es, nosotros gritamos para ser observados en aquello que se finge y que artificialmente se cree como deslumbrante. 


Los deseos de los monarcas se basaban en concreciones incalculables que aún en el presente no podrían ser siquiera replicadas.


Grandes edificios, enormes avenidas que serán recordadas en las futuras generaciones, donde la grandeza del fanfarrón soñador de un océano de halagos, hará estruendos en el mañana, fijando sus miradas en lo monumental de las obras gestadas.


Quedar registrado en la historía, trazando con firmeza la línea impresa en las piedras del reconocimiento, teñir con sangre los pasos de aquellos que buscaron esculpir sus rostros en montañas, admiración por hechos que deberían avergonzar a la humanidad.


Levantar la voz, utilizar una buena retórica convenciendo en los tonos, convocando a los débiles que no saben que serán utilizados para levantar pirámides que sólo servirán para posicionar en la posterioridad el nombre de los anhelantes de pleitesía y honor.


Hacer para ser proclamado, ejercer para ser aplaudido ¿qué sentido tiene en el cristianismo?


Buscar fama, difundir trabajos o imágenes que agiganten la silueta del semidiós  en el mundo de los soñolientos.


¿Qué tienen en común los grandes monarcas o soñadores generales?


Imponer sus términos, incrementar sus leyendas, grandes épicas, enormes conquistas, buscando expandir sus sueños de dominar el caos, estableciendo imperios, reinos o sistemas de sujeción. 


¿Qué son capaces de hacer los que buscan fama?


Todo, absolutamente de todo, principios no existen, el alma y cuerpo tienen un precio si con ello se alcanza la cúspide de la codicia humana.


No hay límites en la carrera del reconocimiento, engañar, manipular, traicionar, vender, esclavizar, torturar, asesinar; son algunos de los ingredientes con los cuales se preparan los banquetes de la realeza del mal.


Buscar halagos, escarbar reconocimientos que bombean arrogancia al corazón, la mente se inflama en la autocontemplación del yo, beneficio que nutre el hambre de ser visualizado y adulado.


Servir en nobles causas, publicar las acciones de ellas, mencionando quienes somos, reforzando lo que hacemos, destacando los nombres, enseñando continuamente lo realizado ¿qué razones tienen? 


Luchar con el ego es una de las arduas peleas que lidiamos en cada momento, esconderse de los aplausos, guardando el corazón de la gloria terrenal, que se diluye rápidamente en el territorio de los veleidosos.


El reconocer virtudes, destacar la hermosura de una pieza musical, observar con atención una noble pintura, fijarse en una obra arquitectónica o recomendar una pieza literaria y ver en ella excelencia, no es el problema, la cuestión es si en aquella composición se centra el desenfrenado placer del reconocimiento.


Siervos que presumen de su servicio, ministros que banquetean con sus méritos, donde los feligreses construyen catedrales con sus ídolos; que no tienen relación ninguna con Aquel que no quiso recibir gloria humana, la cual permanece como las flores en las praderas.


Lo qué hacemos para quién lo hacemos…

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