Extraña amargura
Quien no se alegra por el bienestar del extraño, es alguien que no vivirá por la necedad de su amargura.
Abrazar con una disimulada felicidad es atentar contra toda expresión de la hermosa honestidad.
Las expresiones de mezquindad, espejos de la realidad de quién es realmente aquel que fingidamente sonríe.
El problema no se yace en lo que el otro tiene o dónde pudo llegar; la situación problemática se basa en un corazón disconforme con la realidad que se niega a recibir.
Excelencia o destreza en las obras no siempre despierta admiración, también invoca los malos deseos del que desprecia la luz que enciende el bien hacer del que lo rodea.
Fijarse en lo que viste o come el vecino es sinónimo de no apreciar lo vestido o comido, olvidándose que para poder disfrutar de un buen plato con comida se requiere atención de aquello que se degusta, gustarlo y alegrarse en ello hace que los propios momentos tengan valor ensimismo, y no la mesa del frente que siempre será causa de codicia para aquel que no siente o expresa satisfacción en su bienestar.
Dulzura perdida, extraña amargura que borra la hermosura del contentamiento, mente turbada en la multitud de pensamientos siniestros que ciegan los afectos de los envidiosos.
Vivir en paz consigo es valorar lo recibido, dando gracias en todo y por todo lo agregado en otros y uno.
Centrarse en lo que no se tiene, enfocándose en mirar con despreció la apariencia de quién pasa por la vereda del frente es una exhibición de la miseria humana.
Con mucho, poco o nada, el envidioso siempre llorará en silencio el fruto del prójimo.
Cuando la envidia se asienta en el corazón, entonces comienza con nublar la razón, mirar una escultura de Miguel Ángel serán sólo piedras sin formas ante la borrosa visión del envidioso, observar la noche estrellada de Vicent van Gogh será un montón de colores sin sentido alguno, carente de toda sentido de belleza.
Ser dominado por el pesar de aquello que es ajeno, es respirar con un flujo de amargura que se desborda constantemente, trayendo consigo malestar con lo que se yace en el ser.
Aunque mucho tenga, siempre lo del otro será la causa de los suspiros de su insatisfacción,
¿por qué él? y ¿por qué yo no?
Pesadumbre que convive con el disgusto de ver que uno tiene mil y otro diez mil, lanzar por las espaldas las mal intencionadas palabras, frases, comentarios y miradas desbordadas de menosprecio.
Animosidad contenciosa que destruye puentes y cierra los brazos a las virtuosas relaciones. Donde las sonrisas son respuestas al contemplar el árbol del extraño dar mayor sombra que nuestros arbustos.
JFMA
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