Felicidad infantil
Niños ¡qué libres son!
Correr detrás de un globo.
Saltar detrás de el, dulce travesura.
Mirarlos jugar con ese elemento tan pasajero es hacer una pausa en el ajetreado sistema de los adultos, donde la felicidad es sinónimo de lo mucho, olvidándose que lo poco con significado, es lo que finalmente se inpregna en las capas de los recuerdos sonrientes de la infancia.
Observarlos sonreír, disfrutar de esos momentos tan breves en su larga y compleja existencia.
Un espacio de libertad, extender los brazos y sentir sus texturas, inigualables experiencias del mundo de los juegos infinitos.
Travesuras que tendrán un leve suspiro, tal vez para muchos significa lo que no han recibido en sus espacios de acogimiento hogareño.
Empujarlo, asombrados con una especie de balancín que se arranca de sus brazos y que luego tiernamente se dejan abrazar.
Ante el acto de querer tenerlos sentados a la voz del que manda, ellos se dan el permiso de ser quienes deben ser.
Limitar sus sensaciones no es deseable, abrir los espacios para permitirles sonreír es una hermosa virtud.
Invitar a los compañeros, tomarlos y huir lejos para abrigar la esperanza de que nunca perderán su forma, que increíble lo que pueden generar en las ilusiones del soñador.
Desinflar sus sueños, robar sus inocentes pasos, estructuras que limitan sus anhelos de experimentar y aprender del ensayo error.
Caerse, donde el colocarse de pie rápidamente limpia las lágrimas provocadas por las caídas, volver al vuelo dejándose llevar por los impulsos de empujar lo más lejos posibles los globos de sus sinceras alegrías. Experimentando el entretenimiento flotante en el patio de los sonrientes saltamontes.
Tropezar en el afán de alcanzar lo anelado y volver a levantarse para juguetear con los pasajeros globos que no volverán a inflar los abundantes instantes de libertades infantiles.
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