Del desgarro al perdón
Cuando el dolor se convierte en rabia, es cuando la ira explota por la insatisfacción que genera la dolencia no sanada.
Ella construye los gritos del odio, desprecio a quien causo la afectación, causando consigo amarguras que tan difíciles son de tratar.
Llantos qué comunican el rencor del ser doliente que camina con un agudo desgarro que no encuentra maneras de curar.
Herida infectada que poco a poco carcome todo lo que rodea, la temperatura del cuerpo se consume en fuego que no sabe de treguas.
Perdón palabra que se desprecia, olvido no es factible cuando la historia se marca con sangre, dolor y maltratos.
Marcas que quedan cicatrizadas en la piel del alma que no pueden siquiera ocultar con algún superfluo tatuaje, ahí quedarán, siempre estarán en el trayecto de quien aborrece los trágicos momentos del ayer.
Convivir con los vacíos, con las sonrisas negadas, los abrazos de volverse a reencontrar que no sucederán, mirar al cielo y llenarse de interrogantes que tal vez jamás podrán ser resueltas.
Madres sin hijos, esposas sin sus cónyuges, familias desgranadas, amigos sin las fraternidades, fragmentos de los seres amados que nunca se encontrarán.
Soltar y dejarse llevar por las alegrías del presente es el desafío, las fechas se aproximan con un vendaval de recuerdos y con ellos las flamas de la furia que no encuentran el tan anhelado consuelo.
Paz que lejos se ve, parece diluirse en las lágrimas que recorren las mejillas de los dolientes deudos.
Color rojo de resistencia movilizada, amarillos pensantes, azules que validan.
La historia se tiñe de sangre, dolor y atropellos, cuando se permiten que las fuerzas opriman la razón, donde nacen los vehementes dictadores de las ideas, imponiendo sus credos e ideologías huracanadas que arrasan con todo lo que se opone a sus delirantes pesadillas de supremacías sociales.
Ataduras que no permiten amar, amargamente se sonríe en la rueda de la vida.
La venganza cultiva muertes, contrae linchamientos, revoluciones que terminaron peor que aquello que tanto odiaban.
No hay paz sino se encuentra la reconciliación, no hay justicia en la irritable mirada del que odia.
Justicia que abandona lo correcto deja de ser lo que algún día fue.
Solicitar la abertura del corazón, clamando por una oportunidad y ser perdonado, es la mejor de la experiencias del que sabe reconocerse, dejando de lado las justificaciones de los desgarradores ejercicios de la voluntad torcida.
Lo correcto es lo debido, aceptar las consecuencias de los actos conlleva agachar la cabeza y recibir los frutos de la justicia.
La piedad que nos envuelve nos separa irrenunciablemente de toda violencia, atropello y vulneración de las vidas.
La Gracia que nos convoca al amor nos invita a seguir al genuino llamado de la justicia, el prójimo es receptor de las luces de la bondad.
Olvidar no se podrá, perdón si se quiere se podrá.
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