La virtuosa lluvia



Hoy mientras la hermosa lluvia cae amablemente para regar nuestros pies, recordando lo necesaria que es para poder seguir hidratando nuestro amor.


El fluir de las aguas que fortalecerán nuestras raíces y entregarán las fuerzas para seguir floreciendo en cada nuevo amanecer, obteniendo el fruto de la gracia abundante que sostiene cada flor que da el árbol del vivir enlazados. 


Como tronco y ramas; como flor y fruto; como raíz y tierra; como tierra y piedras; como piedras y rocas; como napas y agua, ligados en las cortezas de nuestras existencias, fijados para permanecer juntos hasta que su soberana razón nos llame al más allá.


La dulce savia que brota de la médula, el núcleo que firme se mantiene, capa tras capa el árbol contiene vida entre la albura y la corteza. Tan unidos, ligados en el otro, firmes en su composición. No hay uno sin el otro, ni el otro sin aquel, inseparables que solo en ello tiene la base de su inquebrantable relación.


Aunque la dulce lluvia se convierta en una desmedida tormenta y venga un incontrolable huracán nuestro unidad no volará, el viento no logrará desprenderlo de sus raíces firmes y arraigadas en las profundidades de la roca que solidifica la firmeza en la cual que se sostiene.


Aunque la absorción de la tierra se transforme en una poza y luego en un río desbordado, las muchas aguas no podrán ahogar el amor.


El sol saldrá en su justa medida para secar la humedad, cuidando de las raíces, resguardando las frondosas hojas que tiñen de belleza los tiernos atardeceres, donde la brisa otoñal hace danzar las ramas enmarcadas entre los tonos fríos y cálidos del cielo que perpleja a los fieles apreciadores de la hermosura creada.


El barro se secará y entonces una nueva flor volverá a nacer, entonces el lodo dejará su lugar al resurgimiento de las praderas.


Profundas, escondidas, sin sentido estético para algunos, sin embargo, ellas son la razón entre la vida y la mortandad. Absorbiendo y bombeando nutrientes, el par de las venas y las arterias, siguen silenciosamente sus irremplazables funciones de rociar internamente el fluir del vigor de la supervivencia.


La tormenta se ira y ahí estarán junto al manantial que entrega el verdor en las calurosas tardes, donde la lluvia sigue el curso de los vientos, rociando de esperanzas a los sedientos de sus bondades.


Los cielos se abrirán para componer un arcoíris que reflejará la bondad de vivir agradecidos por la lluvia recibida.

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