El caminante y las veredas


Lágrimas que inundan los pies del que llora, su rostro se convierte en el canal de regadío que humedecerá los pasos que deberán encaminarse en el mañana, por cierto es incierto en sí mismo saber si quiera conocerlo. 


Las veredas tienen límites, no son desconocidos sus finales, lo que se logra acertar con precisión es que si el surco del tiempo permitirá acercarnos y desde lejos contemplarlos, llegar a los bordes es una virtud que no muchos pueden disfrutar. Sin embargo, no será posible recorrer todas las existentes.


Rocío que humedece el suelo, cambiando el color del pavimento, creando espejos momentáneos en el, reflejarse al transitar en las veredas acompañará al que se aproxima a su destino, donde  su retorno no será de la misma forma, las marcas del andar serán inevitables.


Cada paso nos envejece y con ello nos cambia la manera de caminar por los senderos que en algún momento se detendrán para culminar el peregrinaje en este lado del estar.


Los pies perderán firmeza, las piernas no tendrán la misma flexibilidad, las pausas serán más continuas, por tanto, el trayecto será más lento, los tiempos de los desplazamientos se extenderán, convirtiéndose en tramos fatigosos que desnudarán el desgaste de la materia.


Como la veredas se agrietan con el pasar de los días, así es con los transeúntes, que poco a poco sus cáscaras se van secando y las olas de las arrugas se fijan sin poder retroceder a las extensiones del ayer.


Inevitable es privar que la nieve al derretirse se desprenda de su estado sólido y el flujo liquido escurra entre las rocas y las napas subterráneas, evaporarse es el siguiente movimiento para continuar con el ciclo natural de los estados. 


De aquella manera la composición de los seres va sufriendo cambios en las estructuras, fuerzas y funcionamientos de sus sistemas, no hay pie que dé un sólo paso atrás, no se puede rebobinar la cinta que cada cual deberá rodar en los escenarios de su vida.


El caminante no lo hace en retrospectiva, la marcha es siempre en directa, esto incluye las detenciones en el trayecto. El fin del camino siempre esta latente, es ciertamente conocido, lo no sabido es cuándo llegará, mientras tanto seguiremos paseando en los senderos de la vida.


Las veredas son llevadas en brazos, movilizadas en coches, los bastones sostienen a los que fragilmente continuan los senderos que trazan en la procesión del destino.


Caminar sin saber donde ir, sin tener un rumbo claro, con ideas confusas, las incertidumbres que distorsionan el pensar, nublando lo que viene en medio del camino, las vías se vuelven complejas confundiendo aún más a quien no sabe cual de todos los desvíos tomar, paralizado sin poder movilizarse en pos de algún destino que permita descansar a quien arranca de las inciertas sendas del andar.


Aprender a medir los pasos y mirar dónde se pisa serán los frutos de los tropiezos y las dolientes caídas de la que algunos lograron sobrevivir. Sus aprendizajes y saberes se recogen de aquellos que fueron capaces de levantarse, tomando el impulso para poder proseguir con la gesta de vivir.


Recorrerlas en pos de llegar al lugar querido, alcanzar los brazos de los seres amados o sumarse a ellas y finalizar el viaje, cerrando los ojos para nunca más volver a disfrutar de los inigualables atardeceres del nostálgico otoño.


Las arduas y calurosas tardes del verano hacen de ellas un extenuante desierto de concreto, donde el sol golpea violentamente al viandante.


Ellas son la concreción de los caminos trazados, delimitando por dónde debemos movilizarnos, cuidando de que extraviemos el rumbo y lleguemos al punto de no saber dónde estamos. 


Aunque muchas veces suele suceder que en medio de la claridad de saber el destino que nos espera ,nos podemos confundir y detenernos a pensar si vale la pena proseguir por las veredas que parecen que tuercen las causas que motivan los anhelos de alcanzar los espacios que algún día gastaron nuestros esfuerzos.


El tiempo no se detiene, él no sabe de pausas y con ello la materia se desgasta, donde la veredas nos son la excepción, en algún momento ya no estarán ahí. Se irán quebrajando con las suaves gotas de las lluvias, donde la sumatoria de ellas son un violento golpe que poco a poco las agrietan. El sol que nos abriga, castigará con vehemencia sus capas, las raíces que no conocen de límites irrumpirán en sus formas y se levantarán como un protesta que demanda libertad en sus movimientos de expansión.


Los tropiezos que se dan en ellas nos ayudarán a cuidar los siguientes pasos y fijarse en los detalles de lo porvenir, para evitar tropezar nuevamente con la misma piedra, obstáculos que deberán ser tratados con sabiduría e inteligencia al pasarlos y proseguir en la cuesta que consume las energías de los humanos.


Cada quien encamina sus pasos como quiere o como puede hacerlo, en ello se encuentran roces que generan alteraciones en las vías que se comparten, no hay sendas que sean absolutamente solitarias, transitarlas es una épica del que sube cuesta arriba, en vez de seguir la vereda que cuesta abajo lanza al abismo  a todos aquellos que se dejaron llevar por las muchedumbres que se congregan en ellas. 


Vías sin retornos, sin desvíos, donde quitar la vista del frente es un riesgo mortal, desviarse del buen camino siempre será una tendencia para aquellos que buscan el camino fácil olvidando el precio final, que elevara los costos mas allá de lo evaluado, medir el impacto de los atajos es siempre deseado antes de dar el paso.


Salir a caminar para escapar de los tormentosas paredes que oprimen los silencios, gritos que espantan los suplicios de la paz, ¿dónde hallarla? Es la pregunta que se plantea el caminante, que convierte su rutina en un inquieto trotamundos que seguirá los impulsos de un corazón que no tiene claridad de lo que realmente hará y dónde podrá llegar siguiendo los latidos de un turbulento ser.

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